Opinión por: Pablo Otazú.
El tiempo estuvo perfectamente acorde con la jornada del viernes en que miles de paraguayos se movilizaron hasta la sede de gobierno para exigir la salida del presidente, Mario Abdo Benítez. El Palacio de López se vio ensombrecido por nubes negras que daban indicios de la llegada de una lluvia intensa, tan vastas fueron que cubrieron las calles asuncenas.
Fue tanta la ira acumulada a causa del abandono, el descaro y la condescendencia por parte de los gobernantes hacia el pueblo que ya no se pudo contener. Acorralados y asustados por el 《krátos》de la voluntad popular, intentaron evitar que miles de paraguayos se movilicen para exigir cambios, entonces decidieron arrojar al «capitán» a los tiburones, pero esto no bastó para saciar la sed del pueblo, aún el objetivo principal no había sido alcanzado.
Ondeantes banderas tricolor llenaron el microcentro de Asunción. Al son de «Marito, basura, vos sos la dictadura», el enorme grupo hizo vibrar el asfalto hasta llegar a la Plaza de Armas para seguir exigiendo la salida de quien, supuestamente, llegó para dar «hechos y no palabras». Cumplió a medias, no dio solo palabras, sino que dio palabras insensatas como «muertos caminando por las calles» o responder al ruego ciudadano con un tajante e insensible «moopio che aikuaáta».
Estas cosas ocurren en Paraguay, el propio Augusto Roa Bastos lo dijo: «Por momentos me parece que es un país mágico que han inventado los novelistas y escritores, esa gente que hace magia con la realidad, pero hay que decir que es un país que existe».
Conforme avanzaban las horas, las banderas fueron cambiando de color y se volvieron monocromáticas. La Policía Nacional se encargó de teñir las telas de rojo, rojo vivo, a base de disparos y cachiporrazos a quienes en sus inicios juró proteger a toda costa. Sin embargo, fue tal la fuerza y el ímpetu del pueblo que los agentes no tuvieron otra opción que rendirse, unirse al ruego y añadir un color más a las banderas: el blanco.
Los gritos exigiendo la renuncia del presidente no cesaron, siguieron por un par de horas más, pero él no dio ni señales de ceder y lo más probable es que ni se haya enterado de lo que acontecía, puesto que, él mismo admitió no ver las noticias por salud mental y que solo se dedica a leer la Biblia. Así pasó el tiempo hasta que el cielo volvió a tomar su color natural y añadió el último que le faltaba a las banderas, el azul, con esto el pueblo se marchó, pero no para siempre, solo retrocedió para tomar impulso y volver a embestir en busca del objetivo principal.
La salida de Mario Abdo no sería más que un placebo, pues, incluso así el verdadero virus seguiría aferrado al sistema inmunológico del país que es el Estado. Ese virus que durante más de siete décadas de actividad ha propiciado la muerte de miles de paraguayos, ha mantenido en aislamiento a otros tantos y ha cercenado toda esperanza de un mañana cargado de buenos augurios.
Hasta que el virus no sea eliminado o el sistema inmunológico mute para volverse inmune a sus embates, esto seguirá. Seguirá el mismo contraste que describe la situación general del país y que la costumbre se ha encargado de presentarnos como normal para que nos sea indiferente, sí, se trata del alajhero, del Congreso con toda su pompa de espalda al pueblo famélico y desasosegado que no tiene de otra que vivir como reza la letra de una canción:
«Y mañana es volver a empezar, empezar la jornada, pero siempre empezar y volver a empezar esperando el mañana». He aquí la incógnita, ¿cuántos amaneceres carmesí veremos en espera del mañana?